martes, 31 de marzo de 2009

Manual de supervivencia en cenas postmodernas

Hola queridos oyentes: En el hipotético, improbable, casi imposible caso que usted, simple mortal, sea invitado a una cena postmoderna, en loft ultra fash design, de unos antiguos amigos que conoció en el grupo de teatro independiente de la facultad (y dependiente de las subvenciones del Rectorado) y que ahora con el paso de los años se han acordado de usted y lo han invitado, lo más seguro es que se hayan equivocado. Probablemente lo han confundido con otro compañero que ahora es director de escaparatismo para Inditex o jefe de compras internacionales de Tele 5. Eso usted todavía no lo sabe, así que decide acudir. ¡Craso error! Su vida quedará marcada para siempre. Para que no haga el ridículo más de la cuenta, querido amigo, el consejo asesor de este foro le dará unos consejillos útiles y totalmente gratis. Ea, pues allá va.

Empezaremos por el cine:

-No se le ocurra elogiar a Almodóvar ni Amenábar (a partir de ahora la doble-A). Y mucho menos criticarlos, son víctimas muy fáciles. Sólo los estudiantes de cine cometerían tamaño error, y lo peor que podría pasarle es que sus contertulios lo tomaran por estudiante de cine. Aprovechando su ausencia al baño le escupirían en el plato o le cambiarían la copa de Vega Sicilia por Don Simón de tetrabrik. Desde que Gonzalito Miró estudió cine en NY la condición de estudiante de cinematografía está muy desprestigiada. Simplemente ignore la doble-A.

-Conviene también ignorar el cine español en general. Hasta hace un par de años podría haber usted epatado a su auditorio con la defensa de Jaime Rosales, pero desde que ganó el Goya por esa cosa llamada La Soledad, pues que ya no. Maldito favor le hicieron al pobre Rosales los académicos con el premio de marras: siguió llenando los cines con el mismo número de personas (entre dos y tres por sesión) y los rosalistas de toda la vida (entre cinco y seis) le dan la espalda.

-Ni se le ocurra recuperar algún clásico trash tipo Jess Franco o Paul Naschy. La voracidad gafapasta los ha recuperado a todos y ya no quedan malditos que reivindicar. ¡Qué tenacidad tienen los jodíos!

-Puede usted seguir dos estrategias. O callar y ver por donde van los tiros y decir a todo que sí o lanzar un órdago a lo grande. En el primer caso a la media hora se darán cuenta que es usted un impostor y le escupirán en el plato cuando vaya al baño. En el segundo caso puede que su apuesta le convierta por momentos en la estrella del cenorrio. Teclee en gugle Festival de Berlín y busque un año con ganador rarito, por ejemplo U-Carmen eKhayelitsha, de Mark Dornford-Day, de 2005. Sostenga con gesto displicente que es una gran reflexión sobre la condición humana, su devenir, su angustia ante la encrucijada vital. Remate diciendo que la escena donde la cámara se fija en la caries del protagonista y la mantiene en pantalla durante 17 minutos es claramente reveladora de la putrefacción de la sociedad occidental actual. Luego deguste lentamente el Vega Sicilia como si fuera el Don Simón que habitualmente bebe en los bares de menú a 7 euros.

-Cuidado con las cinematografías asiáticas. Hace unos años arrasaban en el offside pero ahora hasta el matrimonio de jubilados del 2ºB van a ver películas chinas o coreanas. Láncese, ponga verde a Wong Kar-Wai por haberse vendido al mainstream hollywoodiense. Comente apesadumbrado cómo es posible que el autor de In the mood of love o Chungking Express ha podido ejecutar semejante bodrio con Nicole Kidman. No diga el nombre de la película, nadie le va a preguntar, aunque no tengan ni idea de lo que habla le darán la razón con sonrisas de complicidad y su prestigio habrá subido varios peldaños.

-Si ha llegado hasta aquí con el plato de comida impoluta y el Vega Sicilia en la copa, enhorabuena, ha pasado la primera criba. Pero no se fíe, alguien en algún momento cambiará de tema y tocará literatura, y entonces estará perdido. Pero no se preocupe en la próxima entrega le daremos ciertos consejillos para pasar la prueba.









miércoles, 25 de marzo de 2009

Iconos de la cultura popular


Como decía el insigne, y nunca suficientemente valorado, Milton Sills, "a la gente le gusta más un ídolo que a un tonto una tiza". Pero ¿qué hay que hacer para convertirse en un mito de la cultura popular? Vamos a ello.

1. El pueblo se nutre de la televisión. Los demás medios no existen. Sólo la televisión (generalista, es decir TVE, Antena 3, Tele 5, las autonómicas, etc. Aquí no entran las temáticas, ni por satélite, ni nada que se le parezca). El cine, internet o la radio pueden crear tipos singulares, pero hasta que no salgan por la tele no darán el salto a la categoría de icono.

2. El ídolo debe tener unas características propias y sencillas que el pueblo asimile e imite hasta el hartazgo. La sobreexplotación del personaje forma parte de la esencia de la cultura popular, luego llega el relevo y el olvido.

3. Mientras dure la veneración del ídolo la rentabilidad (como dicen los bancos) está asegurada. Su imagen se adaptará a todo tipo de merchandising y su persona se hará omnipresente (o como dicen las madres lo mismo sirve para un roto que para un descosido). Así podremos verlo en un mismo día como concursante en "Pasapalabra", como invitado en "Menuda noche" o presentando el especial "Murcia qué hermosa eres".

4. Los representantes de la cultura oficial, la Cultura con mayúsculas, el establishment cultural -es decir entre el 5% y el 10% de la población- rechazarán con desdén, o cuanto menos ningunearán, al ídolo popular; aunque en "petit comité" o en la soledad de su despacho de vez en cuando imiten su jerga, o se partan la caja recordando sus ocurrencias. Pero nunca serán invitados a un debate en la Universidad, o en el Instituto Cervantes, en el Consejo Audiovisual o en 59 segundos.

5. Tras varios años de ostracismo (bonito palabro), durante los que sobrevivirá haciendo bolos en la fiestas patronales del agro patrio, la muchachada freak-outsider-cool recuperará el icono. Estamparán las camisetas con su careto, se colgarán chapas con sus frases, linkarán los videos de Youtube y los reenviarán en cadena, los del Mondobrutto le dedicarán una portada, y los cachorros indies jurarán ante el Dios más indie que conozcan que "jamás ha existido nadie como este tipo".

Una vez desplegada la parrafada teórica vayamos a la práctica.

En la final del Open de Australia de Tenis de 1997, un entonces semidesconocido Carlos Moyá llegó a la final del torneo, pero tuvo la mala suerte de enfrentarse a Pete Sampras y éste lo barrió en tres sets. Cuando el tenista español recogió su premio de consolación y tomó la palabra, su breve y nervioso discurso concluyó con: "hasta luego Lucas". En declaraciones posteriores arguyó que era un saludo a sus amigos. Podría haber dicho lo que dicen todos:"se lo dedico a mis amigos", "esto va para mis amigos", "gracias a mis amigos por el apoyo"...

El raquetista no era más que el reflejo de lo que en ese momento el 90% de los españoles hacían en su vida cotidiana, es decir repetir sin cesar las coletillas del mayor icono popular que ha tenido este país en los últimos veinte años: Gregorio Esteban Sánchez Fernández, alias "Chiquito de la Calzada". Después de toda una vida de trotamundos cantando y jaleando a diversos artistas flamencos la suerte le sonrió gracias a un programa de cuentachistes.

A las pocas semanas su lenguaje había permeado en el pueblo, y el camarero que todos los días te servía el desayuno ya no te daba los buenos días, te soltaba "qué pasa pecador" con la consiguiente sonrisa. Cuando te ibas, el clásico adiós se había transformado en "hasta luego Lucas". Si a un desconocido le pedías lumbre porque habías perdido el mechero y el tipo no fumaba, aprovechaba la ocasión, juntaba los deditos y aullaba "norrrrrrrrrr". Palabras y expresiones como "finstro", "pecador de la pradera", "no puedorrr", "ajandenai" (no sé si habré transcrito bien) pasaron a formar parte del lenguaje común de la calle (el real, no el de la RAE).

El icono estaba creado, Antena 3 lo explotó hasta la médula, se hicieron concursos de imitadores; incluso una marca de snacks lanzó un producto con su imagen y lo llamó "Chiquitazos". Duró más de lo que suele y debe durar un icono de la cultura popular, y en la actualidad, de vez en cuando aparece contando los mismos chistes de siempre en algún programa de variedades producido por José Luis Moreno.

Algún día, espero no muy lejano, paseando entre los mercadillos del Primavera Sound o el Contempopránea encontraré a un gafapasta vendiendo camisetas con su rostro y alguna de sus históricas frases y entonces sabré que el mito ha resucitado.


miércoles, 18 de marzo de 2009

Televisión educativa


Dicen que las crisis económicas avivan la inteligencia y la creatividad. Y que el mejor sistema para buscar una salida es ampliar la formación y el conocimiento, y posteriormente aplicar lo aprendido en buscar nuevas actividades profesionales y sectores productivos.

Esto es lo que ha hecho a inicios de 2009 el empresario de Lérida A.C.G. Como muchas otras, su empresa constructora quedó atrapada en el “crack” inmobiliario de 2008 y una sucesiva cadena de impagos le obligó a echar el cierre. Así, en pocos meses, vio como su acomodada vida daba un vuelco y se encontró lleno de deudas y desesperado. Una serie de televisión le mostró la solución más rápida a sus problemas; un relato basado en las hazañas del más estrambótico bandolero del nuevo siglo: Jaime Jiménez Arbe “El Solitario”. Ahí aprendió el estudioso empresario las técnicas que llevaría a cabo próximamente: aprendió a seleccionar las sucursales bancarias idóneas, a elegir un disfraz que le hiciera irreconocible, a cubrirse los dedos con “tiritas” para no dejar huellas, a intimidar al cajero… en fin esos detalles que lo convierten a uno en un atracador hecho y derecho, como Dios manda, y no un chorizo de tras al cuarto. Para que luego digan que la televisión no educa ni enseña cosas prácticas.

Una vez finalizado el periodo de formación llegó el momento de llevar a la práctica los conocimientos adquiridos, las nuevas habilidades que le llevarían a cambiar el sector de la construcción por el del atraco –algunos tertulianos sostienen que no se diferencian mucho-. El nuevo Solitario perpetró cuatro asaltos exitosos en menos de tres meses, pero a la quinta fue la vencida y su periplo en la nueva actividad empresarial concluyó en una sucursal de Ascó (Tarragona).

Con un poco de suerte le tocará cumplir la pena en alguna prisión donde coincidirá con algún Julián Muñoz, con algún concejal corrupto (valga la redundancia), con algún exbanquero new age, o con algún concursante de Gran Hermano caído en desgracia, y entonces tendrá la oportunidad de aprender una nueva actividad. Cuando salga podrá ofrecer su historia a Antena 3 para que filmen una miniserie, o ser contratado por Ana Rosa para un debate de rabiosa actualidad con el conde Lequio, o formar parte del club fijo de tertulianos de La Noria, o quién sabe, actor revelación en Arrayán. Lo dicho la televisión educa... y a veces reinserta.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Berenjenas Kunta Kinte


En la sección de frutas y verduras de los supermercados DIA podemos encontrar unas berenjenas envasadas llamadas Kunta Kinte. Por si hubiera alguna duda, junto a la marca aparece el logotipo que muestra la cabeza de un nativo negro (perdón, nativo de color, valga la redundancia) junto a un arco tribal y unas flechas. Para cualquier joven que ronde la veintena -suponiendo que los veinteañeros coman berenjenas y que a los veinte se siga siendo joven-, que coja el envase y lea la marca, el nombre le dirá poco. Ahora bien, para los que rondan los cuarenta en adelante el nombre de Kunta Kinte nos retrotraerá a una de las más afamadas series televisivas de los años setenta, Raíces, cuando en España todavía no existía la televisión privada y toda la audiencia potencial se concentraba en la Primera Cadena de Televisión Española –también existía el UHF, luego Segunda Cadena y ahora la 2, pero los niveles de audiencia siempre fueron mínimos, antes y ahora-. El desgraciado héroe de Raíces jamás pudo imaginar que su africano nombre –al que los amos blancos cambiaron por Tobi, no muy adecuado para nombrar a unas berenjenas- terminara designando a tan nutritivo vegetal. Más complejo es tratar de dilucidar cuáles fueron los mecanismos mentales que llevaron al ponedor de nombres –suponiendo que exista un cargo así- de la empresa hortofrutícola a decidirse por ésa y no otra marca. Lo más simple es pensar en una mera asociación entre el color negro amoratado de la planta perteneciente a la familia de las Solanáceas y la piel del esclavo de la familia Kinte. Para los freudianos esta explicación pecaría de pueril, sería rechazada por evidente y tras mucho reflexionar sobre la profundidad de la motivación humana, y teniendo en cuenta que para los seguidores del terapeuta austriaco todos los hombres se pasan el día pensando en lo “único”, la respuesta es irrefutable: la marca se debe al paralelismo existente entre la forma fálica de la berenjena y la creencia popular profundamente arraigada del tamaño y grosor del miembro viril en los varones negros africanos. Vaya usted a saber...